
27 Feb “Sonrisas en el autobús en mi viaje a Nepal”
Viajar es abrirnos a lo nuevo. Cuando viajamos, ya sea en un viaje organizado o improvisado nos suceden experiencias. A veces, esas experiencias nos conectan con nuestra más pura inspiración. Seguro que a ti también te ha sucedido en tus viajes.
En estas lineas te comparto uno de esos relatos que surgieron al llegar a mi hotel en Kathmandú.
Todavía hoy, un año después, puedo recordar lo que sentí en muy dentro de mí, en mi corazón, en ese autobús…una profunda admiración a su forma de mirar la vida.
Sonrisas en el autobús en mi viaje a Nepal.
Es mi primer viaje sola tan lejos de casa.
Había oído de sus templos budistas y sus montañas del Himalaya. Me imaginaba en un viaje espiritual, en un monasterio, meditando y caminando por las montañas del Tíbet. Fue diferente. Llevaba unos días en Nepal.
Me disponía a coger un autobús desde el centro de la ciudad a mi hotel, estoy en Katmandú.
Katmandú es una ciudad con contaminación. Miles de motos circulan a cualquier hora. A veces en la misma moto viaja una familia entera. Otras veces transportan puertas, cajas o sacos de arroz. Desde mis adentros surge una leve sonrisa bañada de asombro cuando veo esas motos. Pienso “se las apañan como pueden”. Coches. Autobuses. Calles sin asfaltar abarrotadas de gente. Postes de luz con millones de cables que parecen colocados de cualquier manera. Aquí no hay semáforos ni paso de peatones. Si quieres cruzar la calle, cruzas bandeando coches y motos. Sentí miedo mis primeras veces, después de unos días desapareció. Escucho el sonido del claxon en todo momento, es su lenguaje para decir “que voy” o “que pases”.
Son las 6 de la tarde. Coger el autobús en un país como Nepal me rompía todas las reglas conocidas desde mi visión europea. Estaba acostumbrada a ver paradas de autobús, a evitar tocar y que te toquen, a ver gente ocupada mirando sus pantallas de móvil.
En cambio aquí en Nepal, ocurre diferente. A veces hay lugares en la calle donde suele parar el autobús y en otras ocasiones solo te paras en la carretera y cuando pasa el autobús le gritas tu destino. Lo hago-¡Boudanath¡-grito. No sé como me oye con el ruido que hay. Recibe mi grito el chico que hay en las escaleras del autobús y me sonríe. Sonrío. El chico da un golpe al autobús para decirle al conductor que pare.
Para el autobús y me subo. Me quedo de pie cerca de la puerta y del conductor. Todavía no lo he dicho, pero los autobuses están muy usados, el tiempo pasó por ellos y tienen su propia historia. Son de colores varios y suelen tener golpes en su chapa. Echan humo y no pueden correr mucho, son antiguos. Sin normas, sin reglas, sin cinturón de seguridad. El chico al que grité a su vez va gritando el destino del autobús para que la gente sepa donde va. A veces salta del autobús casi en marcha a gritar el destino con la intención de buscar pasajeros. Da golpes al autobús para arrancar y parar. Es su lenguaje con el conductor. Escucho ese sonido de golpear el autobús que se convierte en un elemente más de mi viaje.
Voy en el autobús. Está casi lleno. Empieza a caer el sol. Y sigue subiendo gente. Empezamos a estar pegados. El autobús esta parado, hay mucho tráfico. Cuando miro a mi alrededor encuentro sonrisas cómplices y sonrío. El autobús está llenísimo y se para de nuevo. Pienso “pero si no cabe nadie más”. El conductor mira hacia atrás y grita “en nepalí” a la gente que hay en el pasillo del autobús. Veo que se empiezan a mover más hacia el fondo del autobús y a apretarse. Queda algo de espacio libre y sube más gente. Estamos juntos y pegados. La gente me mira, soy la única turista en el autobús, me sonríen, yo sonrío. Nadie dice nada. Nadie se queja. Sólo sonríen. Me doy cuenta que empiezo a amar a la gente del autobús y su forma de mirar la vida. Empiezo a amar Nepal.
Kathmandú, abril 2022.
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